
Roberto Casellas describe, en sus Confidencias de una Olimpiada, el predicamento del presidente entrante Gustavo Díaz Ordaz. Por una parte, tendría que gravar el presupuesto nacional para cumplir obligaciones de un compromiso en el que no había tenido voto. De salir todo bien, el mérito sería para quien obtuvo la sede. En caso contrario la condena sería para su gobierno.
En una entrevista para Palco Deportivo en Canal 40, en 1996, el coronel Antonio Haro Oliva aseguró que el mandatario citó a miembros de su gabinete para saber qué sucedería si México renunciaba a organizar la justa olímpica. La respuesta fue simple pero abrumadora.
-Nada, no sucedería nada. No hay sanción económica ni deportiva, aunque el prestigio internacional de México si podría verse afectado.
En esas condiciones, el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez habría propuesto realizar no sólo unos juegos deportivos, sino actividades culturales como ocurría en la antigua Grecia: una Olimpiada Cultural, cuya paternidad nadie podría discutirle al sucesor de López Mateos.
“La idea era buena y prendió; desde ese momento Díaz Ordaz no sólo proveyó lo necesario para la realización del forzoso legado, sino que puso su empeño y entusiasmo por el éxito de las dos olimpiadas y contagió a los que lo rodeaban”, aseveró el que fuera canciller del comité organizador de los Juegos de México.
Con ese pretexto se solicitó a los Comités Olímpicos participantes el envío de dos obras de arte. Una debía representar su historia y otra lo mejor de su arte contemporáneo. Se les convocó a un festival de folklore, un concurso de cortos cinematográfico y un encuentro internacional de poetas, por citar algunos de los 20 concursos culturales.
Al fin, en junio de 1965 -20 meses después de haber obtenido la sede- Díaz Ordaz designó al ex presidente López Mateos, presidente del Comité Organizador de los Juegos, considerado por la prensa deportiva como el mejor hombre para el cargo. Tal vez no era el caso en lo político, de acuerdo a Miguel Alemán Velasco, uno de los amigos del ex presidente hasta su muerte.
“Creo que fue muy fuerte la reacción de Díaz Ordaz, lo quiso alejar, por eso lo nombró director del Comité Organizador de la Olimpiada, para quitarlo de toda la cuestión política. Lo neutralizó. Y López Mateos se desesperaba, no poder ir al Estado de México a hacer sus reuniones porque lo tenían muy metido ahí, no podía ir al box, no corría ya sus coches. Lo iban apagando, apagando. Se fue apagando hasta que me imagino, perdió el sentido. (Gobierno del Estado de México, 2010) Y entonces, todo mundo descubrió que el monstruo de la organización seguía parado, esperando.