En diciembre de 1903, el Correo Español, uno de los 126 periódicos que circulaban en la Ciudad, publicó que pronto sería un hecho la celebración de los Juegos Olímpicos en México. Para ello nuestro país ya contaba, desde 1902, con un distinguido miembro en el “Comité Internacional de los Juegos Olímpicos”: Don Miguel de Béistegui y Septién. (De la Torre Saavedra, 2020)

Cónsul interino de México en Paris desde 1883, al parecer el mismo Pierre de Coubertin  invitó al diplomático a unirse al organismo. No hay mucha evidencia de su participación pero nunca dejó de pagar sus cuotas y justificar sus ausencias a las reuniones, como correspondía a su alcurnia.

Tampoco son de extrañar sus inasistencias. Entre 1907 y 1922 el primer miembro mexicano del COI vivió en Chile, Perú, Colombia, Ecuador, Noruega, Gran Bretaña y Alemania. A pesar de ello, mantuvo siempre correspondencia con Coubertin y el vicepresidente del COI, conde Henri de Baillet Latour, quienes defendieron su permanencia incluso después de la Revolución. La única prueba de su gran aceptación como embajador olímpico.

Al parecer don Miguel poseía también un talento intuitivo, como si contara con la lámpara de Diógenes, para encontrar las personas idóneas para el movimiento. En 1913 buscó al célebre Marqués de Guadalupe, Carlos Rincón Gallardo y Romero de Terreros, para que formara parte del pretendido Comité Olímpico Mexicano.

En sus planes, el consanguíneo del hombre más rico del mundo colonial, era el idóneo para encabezar un grupo de 99 prominentes mexicanos, por su pasión por la charrería, su rostro de aristócrata europeo y modales de cortesano, lo que ocurrió años más tarde. En el grupo tenía también considerado al famoso maestro francés de esgrima, Luciano Marignac, quien fundó la primera escuela para maestros de Esgrima y Gimnasia en 1908.

Si bien nada ocurrió en ese momento, nadie puede negar que sin vivir en México el diplomático juzgó bien a los personajes que habrían de influir con los años en la construcción del movimiento olímpico nacional.

Pasada la Primera Guerra Mundial y avanzada la Revolución Mexicana, en 1921 don Miguel insistió en su intento por armar el Comité Olímpico de México, pero el país estaba aún convulsionado por el reciente magnicidio de Venustiano Carranza y las luchas por sucederlo en la presidencia.

Quiso el destino que Béistegui atestiguara la fundación del Comité Olímpico en 1923. Desde entonces y hasta su muerte, en 1931, fue considerado como un valioso consejero del COI gracias a su persistencia en el proyecto y la confianza ganada, una onza invaluable entre los caballeros de la época se supiera o no de deportes.

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