Los seleccionados desconocidos

Los terceros Juegos Olímpicos de la era moderna aterrizaron en San Luis Missouri en 1904, sin estar exentos de la presencia de mexicanos. El más célebre Enrique Ugartechea, mejor nombrado como el hombre fuerte de México.

Dos cosas impactaron de niño al célebre luchador mexicano. En el circo Orrín gozó de la gracia de Richard Bell, el payaso británico favorito de don Porfirio y la fuerza de Rómulus, un gigante italiano cuyo acto consistía en cargar una viga con un caballo de un lado y el jinete del otro. Quizás por la dualidad de ese descubrimiento Ugartechea siempre disfrutó del ejercicio y el culto al cuerpo. (Conade, SEP, 2000)

A los 20 años daba exhibiciones de lucha grecorromana en salones y teatros de la república, donde retaba a cualquier hombre a vencerlo en el pancracio. Émulo de Eugen Sandow, el llamado Hércules Británico, su espectáculo le hizo ganar popularidad entre la prensa de la época.

Su fama le permitió incluso abrir su propio gimnasio en las Ciudad de México. Para equiparlo, viajó a los Estados Unidos en busca de los mal anunciados productos “Spaulding”, importador de los primeros balones y pelotas traídos a México. (Calderón Cardoso, 2000) Allí conoció Albert G. Spalding, el dueño de la firma de quien se hizo amigo. Así que cuando el empresario estadounidense fue designado director deportivo de los III Juegos Olímpicos, no dudó en invitarlo a la competencia de lucha. (Conade, SEP, 2000)

El Presidente Theodore Roosevelt adjudicó los Juegos a San Luis en vez de Chicago, para incrustarlos en una feria que celebraba la cesión de Louisiana a la Unión Americana en 1804. Catalogados como unos “juegos de barraca y feria”, (Durántez, 2006) la prensa difundió la participación de Ugartechea como atleta, junto con el viaje de charros y toreros contratados para los espectáculos.

Es posible que el prurito contra los “profesionales” que cobraban por dar exhibiciones haya desalentado a Ugartechea a participar como atleta, pero no como árbitro del torneo. Aquella experiencia incrementó su popularidad como el hombre más fuerte de México, con la experiencia  de haber estado en unos Juegos Olímpicos.

Más discreta e incluso penosa fue la otra participación de México. Combinada con la exhibición de “monstruos” y otros espectáculos grotescos, (Wallechinsky, 2000) los organizadores incluyeron en el programa los “Anthropological Days” o fiestas antropológicas. Se trataba de competencias entre grupos raciales que incluían aborígenes filipinos, turcos, pigmeos, sirios y negros incluidos en “deportes primitivos”, relacionados con su estilo de vida en la naturaleza.

México envió un grupo de aborígenes de la tribu seris de la Isla Tiburón, del Golfo de California. Sin embargo, correspondió al indígena Shake, de la tribu Cucapás de Baja California Norte, hacerse notar al ganar el tiro con arco en otro resultado que nadie festinará. (Conade, SEP, 2000)

Para entonces el término “Juegos Olímpicos” ya era de dominio público en México. Pronto formaría parte de las efemérides civiles y militares más importantes, incluso mucho antes de que existiera un Comité Olímpico Nacional.

Cara a cara, golpe a golpe

El miembro del Comité Olímpico Mexicano, Olegario Vázquez Raña, fue el único que desafió públicamente al máximo representante del gobierno en el deporte, en aquella asamblea del 23 de noviembre de 1992, en la Confederación Deportiva Mexicana.

“Desde el pasado mes de septiembre presenté mi renuncia al Consejo Directivo de esta institución, con carácter irrevocable. Quiero informar a la Asamblea que ésta renuncia está vigente ante el cúmulo de irregularidades que deterioran, no sólo el Consejo Directivo de la Codeme, sino también el deporte de México” dijo con firmeza el también presidente de la entonces Unión Internacional de Tiro. (Confederación Deportiva Mexicana, 1994)

Habían transcurrido dos horas de discusiones, tras que el representante jurídico, Lauro Jasso Guitrón, había manifestado que la asamblea extraordinaria no se ajustaba al estatuto y el consejero Juan Charteris Reyes denunció que la convocatoria carecía de las firmas del presidente o el secretario del Consejo, y si en cambio del secretario general, cargo inexistente.

La polémica obligó a una votación a mano alzada para dar validez jurídica a la asamblea, en la que se renovaría el Consejo Directivo. Los nuevos nombramientos se ajustarían al nuevo ciclo olímpico y así tendrían que hacerlo en adelante todas las federaciones deportivas, afiliadas a la Codeme.

Olegario no se arredró. Tomó nuevamente la palabra y pidió al presidente su carta, para ser leída a la asamblea. Hubo un silencio que pareció infinito. Él mismo tomó el documento para iniciar su lectura en voz alta, en la cual agradecía la distinción recibida como miembro del Consejo directivo y reiteró sus críticas a la intromisión del gobierno en la vida interna de las federaciones deportivas, consideradas jurídicamente asociaciones civiles libres de votar sus ordenamientos internos. Luego anunció que en ese momento abandonaba la Asamblea, para no validar con su presencia lo que allí se discutía.

El silencio era una loza sobre los 57 delegados presentes, mientras el directivo se levantaba del presídium y abandonaba con pasos firmes el recinto. De pronto, se sumaron los presidentes de la federación de deportes invernales, kendo, softbol, racquetbol, físico constructivismo, boxeo de aficionados y judo, para respaldar la protesta de Olegario.

A su salida, Olegario declaró a la periodista del Esto, Rosalinda Coronado:

“Esta decisión de renunciar todo el consejo directivo jamás se había dado en 66 años de vida de la Confederación Deportiva, pero es que todos los ex presidentes fueron respetuosos de los estatutos y reglamentos”

Lamentó la opacidad de la asamblea: “Pedí al presidente y al consejo que se dejara entrar a la prensa, pues bajo los nuevos estatutos esto está permitido. Debe haber transparencia en todos los actos, por eso lo pedí”.

El tiempo respaldó también las palabras de Olegario Vázquez Raña, vertidas en aquel desafío público a la autoridad, en el que destacó su confianza en la continuidad del deporte mexicano si lograba mantenerse apegado a las reglas del movimiento olímpico. “Mientras se continúe con el respaldo de las federaciones internacionales, no se afectará nada …” (Coronado, 1992)

El príncipe de las nieves

Un viejo mito prehispánico afirma que el tlatoani, Moctezuma Xocoyotzin, solía comer nieve bajada desde el volcán Popocatepetl, por un relevo de corredores. La siguiente noticia de un mexicano descendiendo por una pendiente nevada ocurrió en los Juegos Olímpicos de Invierno de Sarajevo, en 1984, con el príncipe Hubertus von Hohenlohe-Langerburg.

Hijo del Príncipe Alfonso de Hohenlohe-Langenburg y la Princesa Ira de Fürstenberg, Hubertus nació en México durante un viaje de su padre para introducir los automóviles Volkswagen, en 1959. (IOC, 2023)

Siendo niño, en el club turístico de Mallorca propiedad de su padre, conoció grandes personalidades pero quien más le impresionó fue el artista plástico Andy Wharhol, quien hizo célebre la frase: “En el futuro, todos serán famosos durante 15 minutos”. Lo que le ocurrió a Hubertus en 1984. (Yague, 2022)

Tras fallar en la calificación con el equipo de alpinismo austriaco, fundó la Asociación Mexicana de esquí en Europa, amparado con su nacionalidad de México.  De ese modo, Hubertus Hohenlohe tramitó la participación de nuestro país en los Juegos de Invierno, suspendida desde Saint Moritz, en 1928.

En Sarajevo, Hubertus von Hohenlohe debutó con su mejor actuación en descenso alpino, al calificar en el lugar 38. Quedó 26 en slalom y en el lugar 48 en el slalom gigante. Llamó la atención de los diarios por su extraño origen: un miembro del jet-set europeo representante de un país sin deportes invernales, que había fusilado a su último emperador austriaco, Maximiliano de Habsburgo, en 1867.

Para el registro de la historia, Hubertus von Hohenlohe ha sido el representante de México con más Juegos Olímpicos, al acumular seis apariciones. Su registro supera el de Mario Tovar hijo, quien compitió en cinco Juegos Olímpicos de verano.

Su biografía completa es la única de un mexicano que aparece en el sitio del Comité Olímpico Internacional, en el apartado dedicado a los Juegos de Invierno. El organismo resaltó su constancia y el haber ayudado a que México formara parte de la universalidad de la competencia invernal, aunque nunca haya ganado nada. La personificación perfecta del axioma de Pierre de Coubertin. “Lo importante no es ganar, sino competir”

La Cenicienta volvió a los harapos

“Y de veras el deporte en México, y pese a las nueve medallas con que 1968, en sus anales, pasó a la historia, tipifica a la romántica Cenicienta de Perrault y de nada valen conocimientos, trabajos y renuncias para aliviarle a la pobrecilla las consecuencias del desamor de sus egoístas hermanas”, escribió Antonio Haro Oliva como presidente de la Confederación Deportiva al presentar un diagnóstico del “Pasado, presente y futuro de la Promoción Deportiva en México” al recién electo presidente de la República, Luis Echeverría Álvarez, en 1970.

La Cenicienta todavía llegó radiante a los Juegos Centroamericanos de Panamá, en 1970. El equipo mexicano fue el más fuerte rival de Cuba. México ganó en total 124 preseas, 38 de oro, incluidas ocho de la medallista olímpica, Maritere Ramírez, quien además ligó una de plata y dos de bronce para ser designada la reina de los Juegos. Triunfan también Felipe Muñoz, con cinco preseas; las hermanas Berta y Norma Baraldi en los clavados, lo mismo que José de Jesús Robinson. Radamés Treviño fue el único que pudo arrebatar un triunfo a los colombianos en ciclismo, en el kilómetro contra reloj. Ganaron también los medallistas olímpicos, Agustín Zaragoza y Antonio Roldán en el boxeo. Arturo “Mano Santa” Guerrero se convirtió en el máximo anotador del baloncesto. Por tercera y última vez el equipo mexicano de vóleibol femenil obtuvo la medalla de oro. La seleccionada olímpica, Mercedes Román, quedó tercero en heptatlón y se combinó con Enriqueta Basilio, Lucía Quiroz y Silvia Tapia para lograr el bronce en el relevo 4×100 metros, por segunda vez en la historia del deporte mexicano desde 1950.

El general Omar Torrijos, histórico jefe de la Junta de Gobierno de Panamá, anunció a la mejor atleta de los Juegos: la mexicana Maritere Ramírez, cuyo nombre se quedó para siempre en la nación canalera, pues una calle llevará su nombre en honor a sus resultados.

Justo entonces se rompió el encanto y Cenicienta volvió a los harapos. La propia Queta Basilio lo describió en una entrevista 30 años más tarde.

“Para México 68 existió un gran apoyo para los deportistas, grandes entrenadores extranjeros, excelentes cuidados, fogueo internacional. Siempre decíamos que nuestra generación era para Múnich 72 con una preparación más intensa. Teníamos entre 18 y 20 años. Hubiéramos llegado muy bien”.

“Pero se acabó el compromiso y se acabó todo. Corrieron a los entrenadores, nos quedamos solos. No hubo motor que nos motivara a salir adelante.”

En esas condiciones, la malévola madrastra llamada presupuesto, no encerró a Cenicienta. Más bien la lanzó a la calle, acusándola de rebelde, como en el caso de Queta Basilio.

“Nos corren injustificadamente, que ya no dábamos los tiempos, pero nunca avisaron a nuestros padres y ellos con mucha razón se enojaron, porque a muchos de nuestros compañeros no se les dio ningún apoyo para regresar a sus casas. Andaban perdidos en la Ciudad, se metieron en conflictos y robos por necesidad, otro se fue de guerrillero, a otro le dieron como cárcel Tijuana, era muy jovencito, un excelente atleta. Ya se había cumplido el compromiso y ya no les importaba nada”.

México 68, ser o no ser

Roberto Casellas describe, en sus Confidencias de una Olimpiada, el predicamento del presidente entrante Gustavo Díaz Ordaz. Por una parte, tendría que gravar el presupuesto nacional para cumplir obligaciones de un compromiso en el que no había tenido voto. De salir todo bien, el mérito sería para quien obtuvo la sede. En caso contrario la condena sería para su gobierno.

En una entrevista para Palco Deportivo en Canal 40, en 1996, el coronel Antonio Haro Oliva aseguró que el mandatario citó a miembros de su gabinete para saber qué sucedería si México renunciaba a organizar la justa olímpica. La respuesta fue simple pero abrumadora.

-Nada, no sucedería nada. No hay sanción económica ni deportiva, aunque el prestigio internacional de México si podría verse afectado.

En esas condiciones, el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez habría propuesto realizar no sólo unos juegos deportivos, sino actividades culturales como ocurría en la antigua Grecia: una Olimpiada Cultural, cuya paternidad nadie podría discutirle al sucesor de López Mateos.

 “La idea era buena y prendió; desde ese momento Díaz Ordaz no sólo proveyó lo necesario para la realización del forzoso legado, sino que puso su empeño y entusiasmo por el éxito de las dos olimpiadas y contagió a los que lo rodeaban”, aseveró el que fuera canciller del comité organizador de los Juegos de México.

Con ese pretexto se solicitó a los Comités Olímpicos participantes el envío de dos obras de arte. Una debía representar su historia y otra lo mejor de su arte contemporáneo. Se les convocó a un festival de folklore, un concurso de cortos cinematográfico y un encuentro internacional de poetas, por citar algunos de los 20 concursos culturales.

Al fin, en junio de 1965 -20 meses después de haber obtenido la sede- Díaz Ordaz designó al ex presidente López Mateos, presidente del Comité Organizador de los Juegos, considerado por la prensa deportiva como el mejor hombre para el cargo. Tal vez no era el caso en lo político, de acuerdo a Miguel Alemán Velasco, uno de los amigos del ex presidente hasta su muerte.

“Creo que fue muy fuerte la reacción de Díaz Ordaz, lo quiso alejar, por eso lo nombró director del Comité Organizador de la Olimpiada, para quitarlo de toda la cuestión política. Lo neutralizó. Y López Mateos se desesperaba, no poder ir al Estado de México a hacer sus reuniones porque lo tenían muy metido ahí, no podía ir al box, no corría ya sus coches. Lo iban apagando, apagando. Se fue apagando hasta que me imagino, perdió el sentido. (Gobierno del Estado de México, 2010) Y entonces, todo mundo descubrió que el monstruo de la organización seguía parado, esperando.

Los Juegos Olímpicos de Madero y Huerta

“Has sido apóstol, el Madero redentor…/y ya sabes lo que pasó al otro redentor con el madero/Tú llegas a la política puro y nítido/ como la paloma torcaz/ sin percatarte de que la política es puro gavilán”. Con el seudónimo del Duende un periodista firmó está rima en el semanario La Risa en Diciembre de 1911, para describir el entorno de Francisco I. Madero desde que asumió la presidencia constitucional el 6 de noviembre. (Ruiz Castañeda, Ma. del Carmen, 2000)

Envuelto en una serie de intrigas y conflictos internos, sólo un acto deportivo se distinguió con la presencia de Madero y su esposa, Sara Pérez de Romero: los Juegos Olímpicos conmemorativos de la Independencia, en septiembre de 1912.

Planeados para llevarse en el Bosque de Chapultepec, los juegos llevarían los nombres de los héroes insurgentes: la carrera de media milla Vicente Guerrero; la competencia de bicicletas Xavier Mina y el premio José María Morelos para el ganador de las 100 yardas.

La popularidad de los deportes, en una ciudad que no había sufrido ataques armados hasta entonces, propició la fundación del Club España, el Amicale Francés y el Garmendia, que representan en el fútbol a las comunidades ibéricas, galas y alemanas establecidas en México. (Conade, SEP, 2000)

Contaba también la capital con un nuevo Hipódromo en la colonia Condesa, dotado de tribunas de madera, pasillos y zonas empastadas. A falta de escenarios más adecuados, los Juegos Olímpicos de la Independencia dividieron su programa. Una parte se llevó a cabo en el Hipódromo, sobre el circuito que hasta la fecha marca la calle de Amsterdan, y la otra en el Toreo de cuatro caminos, en los límites de la ciudad con el Estado de México. (De la Torre Saavedra, 2020)

Fue en el Toreo donde la gente pudo saludar al efímero Presidente y su esposa. Cinco meses después -en febrero de 1913- se concretó el magnicidio de Madero y su vicepresidente Pino Suárez, por órdenes de Victoriano Huerta, el encargado de la defensa de la Ciudad de México nombrado por el propio mandatario.

El 12 de octubre de 1913 -dos días después de la disolución del Congreso- el nuevo secretario de Instrucción Pública, Nemesio García Naranjo, inauguró los Juegos Olímpicos interescolares. Sus ganadores habrían de ser premiados por el presidente espurio en el mismo Hipódromo de la Condesa, que meses antes festejó la presencia de Madero.

Foto: Dominio público de los Estados Unidos

Sucedió en diciembre, la petición olímpica

El presidente del Comité Olímpico Mexicano se molestó al comprobar que la carta de solicitud de la sede para los Juegos yacía en la papelera de pendientes. Faltaban las firmas del Secretario de Gobernación, Gustavo Díaz Ordaz y del Regente de la Ciudad, Ernesto Uruchurtu, para poder ser enviada al Presidente de la República y comenzar con su trámite ante el COI.

Clark Flores tomó la carta en el papel lacrado con el escudo nacional y decidió llevarla personalmente al Presidente López Mateos, quien lo miró extrañado al revisarla.

-Faltan firmas-

-Señor, si me lo permite, en cuanto tenga la suya yo mismo traeré de inmediato las restantes- respondió el militar que ese día obtuvo su cometido a costa de dos enemistades. Para su fortuna, Uruchurtu fue separado de su cargo al poco tiempo, pero Díaz Ordaz se enfiló a suceder a López Mateos en la Presidencia de la República. (Codeme, 1993)

La memoria de la Odepa asegura que el “Libro Blanco” presentado por México fue impecable. Tenía todo previsto y resuelto: fecha de eventos, estudios meteorológicos, contenía evidencias de la experiencia de México como organizador de eventos internacionales. El documento además hacía énfasis en la probada diplomacia mexicana de “libre admisión de atletas, jueces y funcionarios sin importar credo, raza, país, ideas políticas o situación económica o social”.  En pocas palabras: a todos los recibimos con los brazos abiertos, diría la lisonja popular.

El despacho informativo de la agencia UPI destacó la intervención del doctor Eduardo Hay, uno de los cinco oradores mexicanos, en torno a los experimentos para comprobar que la altura de 2,240 metros sobre el nivel del mar no afectaba a los deportistas. (Codeme, 1993)

El doctor Josué Sáenz también subió a la tribuna, lo mismo que Clark Flores.  El miembro del Comité Olímpico Internacional, Marte R. Gómez, quien había sufrido un accidente de tránsito un día antes, abandonó el hospital y se presentó como orador con diagnóstico de conmoción cerebral ligera. Cómo podía faltar el hombre que increpó al titular de Educación Pública, Narciso Bassols, en una carta del 18 de agosto de 1932.

“Por lo espectaculares que son y por lo mucho que atraen, las competencias olímpicas deben ser consideradas, no como el fin de la preparación deportiva, sino como su más eficaz auxiliar”. (R. Gómez, 2000)

Alejandro Ortega San Vicente, miembro del Comité Organizador, escribió en el 2006 que la alocución en inglés de Alejandro Carrillo Marcor, embajador de México que había sido campeón de oratoria en Texas, fue espléndida. (Ortega San Vicente, 2006)

Sin embargo, la votación de la asamblea del COI aquel 18 de octubre de 1963 en Baden-Baden, Alemania, no dejó de ser una sorpresa: 30 votos para México; 12 para Lyon, Francia; dos para Buenos Aires, Argentina y 14 para Detroit, Estados Unidos, esta última marcada por la prensa mundial como la gran favorita en su séptimo intento por obtener la sede olímpica.

“Nos sentimos desconcertados. Realmente creí que teníamos buenas perspectivas” declaró el alcalde de Detroit, Jerry Cavanagh a la agencia UPI.

Otros textos explican las piezas con las que se fabricó aquella sorpresa.

“Al boicot de la Liga Árabe por la Expulsión de Indonesia, a la formalización del movimiento de los JUNUFE (Juegos de las Nuevas Fuerzas Emergentes), al temor del COI sobre la posibilidad de un desplazamiento de los países africanos al campo de los JUNUFE por el apoyo del COI a Sudáfrica y a su temor, finalmente, de ver escindido el Movimiento Olímpico, el COI respondió con la concesión de los Juegos a un país del Tercer Mundo…Brundage declaró incluso a la prensa, antes de su elección, que brindaría su apoyo a México”. (Espinoza Prieto, 1986)

“México había presentado, además, continuidad y consistencia en su política exterior; la cual manifestaba relativa independencia como se había plasmado en el caso de la revolución cubana y, en esos momentos, ampliaba su horizonte a países socialistas europeos y no alineados como la India e Indonesia”.[1]

Coincide Celso Enríquez, catedrático de la Universidad de La Habana. “México dio el ejemplo al mundo de que es posible realizar concursos universales de tal magnitud pese a las limitaciones de su economía, en contraste con naciones super-desarrolladas que lanzan a diario la rabia de su barbarie sobre los campos ensangrentados de pueblos poco menos que indefensos, llevados por los más inconfesables intereses extra-humanos”. (Enriquez, 1968)

El Presidente Adolfo López Mateos lo resumió: “Es el reconocimiento mundial al pueblo mexicano”. (Ortega San Vicente, 2006) En cambio, a su regreso a nuestra patria, el presidente del Comité Olímpico Mexicano evitó el triunfalismo al ser abordado por la prensa.

-Me siento como aquel que le entró a la rifa de un tigre y se lo sacó. ¡Qué hacer con él ahora! Tendremos que trabajar muy duro para salir airosos de este compromiso- advirtió el directivo mexicano. (Escuela Militar de Ingeniería, COI, Odepa, COM, 2010)


[1] Ibidem

El Mecenas Olímpico del futbol

Para muchos Jorge Gómez Parada debía conformarse con ser rico, pero le apasionaba el “football” y creía que más mexicanos debían jugarlo.

Consanguíneo del marqués de San Miguel Aguayo y vizconde de Santa Olaya, fue educado en Inglaterra. Tenía el apellido perfecto para defender el arco pero le encantaba disparar el balón hasta hacerlo mecer en las piolas de la portería rival. Tuvo que ser un buen jugador pues en 1908 fue el único mexicano aceptado en la liga inglesa de football amateur de la capital. Militó en el British Club, formado exclusivamente por ingleses que vivían en San Pedro de los Pinos, muy cerca del Castillo de Chapultepec. (Seyde, 1976)

De hecho, Gómez Parada anotó el único “goal” de la final en que vencieron al Reforma aquel año. Para 1909 se cambió al Reforma y se convirtió en bicampeón, en una liga sin mexicanos, pero tampoco se conformó.

Se dice que su casa, en la Colonia Condesa, contaba con canchas de tenis y de polo, pero que Jorge escogió un llano que daba hacia la calzada de Tacubaya para convertirlo en el primer campo popular de fútbol de la Ciudad en 1910.

Allí, junto con otro pionero del balompié mexicano, Percy Clifford, fundó un club nuevo: el México. El uniforme era un hechizo para tratar de enrolar talentos nacionales: camiseta roja, pantaloncillo verde y calcetas blancas. Por si algo faltara, en el escudo un águila que devoraba una serpiente. (Conade, SEP, 2000)

Así reclutaron a Carlos Troncoso, Serafín Cerón y Carlos Miranda, primeros jugadores nacionales que formaron parte del primer equipo campeón en 1913. El México alineó al propio Gómez Parada, que así se convirtió en tres veces campeón del ahora sí fútbol mexicano, pero además promotor del conjunto que generó talentos autóctonos, como su legendario portero, el albañil Cirilo Roa.

Valiente como pocos, incluso cuando tenía que lanzarse a los postes de hormigón armado, Cirilo se caracterizaba porque cada domingo iba a almorzar a la fonda de su novia para engullir un plato de mole con pollo y una jarra de pulque, que se llevaba para colocarla detrás de la portería y beber entre jugada y jugada.

Pero a pesar de su humilde oficio, Cirilo era un caballero de la cancha. Durante un clásico contra el España, en 1915, un disparo del ibérico Lázaro Ibarreche pegó en el poste, picó en la línea de gol y regresó al campo. En medio de la discusión el árbitro preguntó a Cirilio -¿Fue gol?-

-Sí- respondió el arquero, sin dudarlo, aunque con ello el México perdió el partido. En aquel club México jugó luego Agustín González “Escopeta”, quien llegó a ser el primer cronista de este deporte para la radio mexicana y años más tarde para la televisión. (Seyde, 1976)

Gómez Parada salió del país en 1913 para refugiarse con su familia en los Estados Unidos, durante la Revolución. Reapareció un año después, para competir en una carrera de autos en el circuito de Chapultepec, a bordo de un León Peugeot. (Conade, SEP, 2000)

En 1921 Miguel De Beistegui lo mencionó en una de sus cartas al Conde Henri de Baillet Latour, para formar parte del Comité Olímpico Mexicano. De esta forma, el goleador aristócrata se incrustó en el primer Comité conformado en 1923 con: Carlos Rincón Gallardo, presidente; Carlos B. Zetina, vicepresidente; Martín Sobral, secretario y Jorge Gómez Parada, Enrique C. Aguirre y Lamberto Álvarez Gayou, como miembros. (De la Torre Saavedra, 2020)

Cuando en 1924, Carlos B. Zetina acudió al Congreso del Comité Olímpico Internacional en París, propuso a Gómez Parada como miembro del organismo para sustituir a Rincón Gallardo, quien causó mucha polémica como miembro del movimiento olímpico nacional.

El club México de fútbol reapareció en 1919 y se mantuvo hasta 1927, cuando surgió la primera Federación Mexicana de Futbol que lo obligó a cambiar su nombre al de México Atlético, con el que desapareció. En esa última etapa del equipo surgieron figuras como Óscar Bonfiglio, quien llegaría a ser arquero titular de la primera Selección Mexicana de Fútbol que asistió al primer Mundial en 1930, (Ventura, 2006) tal y como lo soñaba Gómez Parada 20 años atrás.

Se desconocen otras aportaciones de Jorge Gómez Parada al movimiento olímpico, pero uno de los mejores periodistas deportivos mexicanos, Manuel Seyde, escribió al referirse al personaje: “Los antiguos insisten: San Pedro de los Pinos fue la cuna”.

1916, el año de los Juegos Olímpicos Nacionales

Parecía que Pierre de Coubertin consolidaba un modelo ideal para los Juegos Olímpicos en Estocolmo 1912. Sin embargo, la descalificación del medallista Jim Thorpe, por parte del COI un año después, le indignó. “No faltó quien insinuase que Thorpe era un ciudadano de raza india y que debido a ello nos habíamos cebado con él más encarnizadamente”. (Durántez, 2006)

Imposibilitado en su época para remediar las críticas – el COI restituyó las medallas a la familia de Thorpe hasta 1982-  la injusticia cambió la visión  del olimpismo en la mente del Barón. “Nuestro Comité ha luchado más que nadie para hacer (del atletismo)  el placer habitual de los jóvenes de la pequeña burguesía y ahora debe hacerse completamente accesible al adolescente proletario. Todos los deportes para todos. Esta es la nueva fórmula, de alguna manera utópica, a cuya realización debemos inspirarnos”. (Durántez, Pierre de Coubertin y la Filosofía del Olimpismo, 1995)

México adelantó la fórmula, en 1916, con los Primeros Juegos Olímpicos Nacionales.

Si bien ningún mexicano asistió a Estocolmo, el comité organizador de los Juegos envió una invitación a la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, la cual fue promocionada en cartelones en las escuelas de jurisprudencia, Medicina, Ingenieros, Bellas Artes, Altos Estudios, Superior de Comercio y Artes Oficios. La única advertencia era que el evento era exclusivo para varones, no obstante desde 1900 ya participaban mujeres en los Juegos. (De la Torre Saavedra, 2020)

Sin embargo, la promoción y la difusión de los juegos a través de la prensa  comenzó a ilusionar a una generación de jóvenes mexicanos, cuyos frutos la historia saboreó años más tarde. En 1915, por ejemplo, la YMCA premió a los 10 mejores deportistas nacionales de los últimos diez años. Allí figuró un nadador fundador de una de las mejores dinastías olímpicas: Alberto Capilla Cisneros, padre de los hermanos Capilla, pilares del despunte mexicano en los clavados olímpicos más tarde. (Conade, SEP, 2000)

Ese mismo año, Coubertin tomó los archivos del COI y la bandera olímpica, presentada en 1914, para llevarla a Lausana una vez desatada la primera Gran Guerra. El mundo carecía de una Ekecheira o “paz sagrada” que garantizara que la fiesta de la juventud podría realizarse en 1916, en Berlín, pero los mexicanos no se resignaron.

En Puebla, un grupo de entusiastas convocó a los I Juegos Olímpicos Nacionales, del 3 al 5 de mayo, en las instalaciones de la Unión Ciclista del Estado. Participaron la YMCA, la Escuela Nacional de Ingenieros, el Centro Atlético Ferrocarrilero, Amicaele Francaise, la Unión Ciclista Triunfo, el Club Liberal, Germania y el club España de fútbol. (Conade, SEP, 2000)

Las competencias incluyeron pruebas de pista y campo, carreras de bicicleta, béisbol y lucha de cable -entonces deporte olímpico- y una final de fútbol con los únicos equipos participantes: el Garmendia contra el España.

Se trató del primer capítulo conocido escrito al margen de una Olimpiada. El segundo será del puño de los catalanes cuando rechazaron asistir a los Juegos de los Nazis en 1936 y convocaron a unas “Olimpiadas Populares o Proletarias”. Incluso construyeron la entrada del estadio olímpico en Barcelona, cuya terminación la Guerra Civil Española y la dictadura franquista pospuso hasta 1992. (Espada, 1991)

Don Miguel de Béistegui, el precusor desconocido del COM

En diciembre de 1903, el Correo Español, uno de los 126 periódicos que circulaban en la Ciudad, publicó que pronto sería un hecho la celebración de los Juegos Olímpicos en México. Para ello nuestro país ya contaba, desde 1902, con un distinguido miembro en el “Comité Internacional de los Juegos Olímpicos”: Don Miguel de Béistegui y Septién. (De la Torre Saavedra, 2020)

Cónsul interino de México en Paris desde 1883, al parecer el mismo Pierre de Coubertin  invitó al diplomático a unirse al organismo. No hay mucha evidencia de su participación pero nunca dejó de pagar sus cuotas y justificar sus ausencias a las reuniones, como correspondía a su alcurnia.

Tampoco son de extrañar sus inasistencias. Entre 1907 y 1922 el primer miembro mexicano del COI vivió en Chile, Perú, Colombia, Ecuador, Noruega, Gran Bretaña y Alemania. A pesar de ello, mantuvo siempre correspondencia con Coubertin y el vicepresidente del COI, conde Henri de Baillet Latour, quienes defendieron su permanencia incluso después de la Revolución. La única prueba de su gran aceptación como embajador olímpico.

Al parecer don Miguel poseía también un talento intuitivo, como si contara con la lámpara de Diógenes, para encontrar las personas idóneas para el movimiento. En 1913 buscó al célebre Marqués de Guadalupe, Carlos Rincón Gallardo y Romero de Terreros, para que formara parte del pretendido Comité Olímpico Mexicano.

En sus planes, el consanguíneo del hombre más rico del mundo colonial, era el idóneo para encabezar un grupo de 99 prominentes mexicanos, por su pasión por la charrería, su rostro de aristócrata europeo y modales de cortesano, lo que ocurrió años más tarde. En el grupo tenía también considerado al famoso maestro francés de esgrima, Luciano Marignac, quien fundó la primera escuela para maestros de Esgrima y Gimnasia en 1908.

Si bien nada ocurrió en ese momento, nadie puede negar que sin vivir en México el diplomático juzgó bien a los personajes que habrían de influir con los años en la construcción del movimiento olímpico nacional.

Pasada la Primera Guerra Mundial y avanzada la Revolución Mexicana, en 1921 don Miguel insistió en su intento por armar el Comité Olímpico de México, pero el país estaba aún convulsionado por el reciente magnicidio de Venustiano Carranza y las luchas por sucederlo en la presidencia.

Quiso el destino que Béistegui atestiguara la fundación del Comité Olímpico en 1923. Desde entonces y hasta su muerte, en 1931, fue considerado como un valioso consejero del COI gracias a su persistencia en el proyecto y la confianza ganada, una onza invaluable entre los caballeros de la época se supiera o no de deportes.