
Parecía que Pierre de Coubertin consolidaba un modelo ideal para los Juegos Olímpicos en Estocolmo 1912. Sin embargo, la descalificación del medallista Jim Thorpe, por parte del COI un año después, le indignó. “No faltó quien insinuase que Thorpe era un ciudadano de raza india y que debido a ello nos habíamos cebado con él más encarnizadamente”. (Durántez, 2006)
Imposibilitado en su época para remediar las críticas – el COI restituyó las medallas a la familia de Thorpe hasta 1982- la injusticia cambió la visión del olimpismo en la mente del Barón. “Nuestro Comité ha luchado más que nadie para hacer (del atletismo) el placer habitual de los jóvenes de la pequeña burguesía y ahora debe hacerse completamente accesible al adolescente proletario. Todos los deportes para todos. Esta es la nueva fórmula, de alguna manera utópica, a cuya realización debemos inspirarnos”. (Durántez, Pierre de Coubertin y la Filosofía del Olimpismo, 1995)
México adelantó la fórmula, en 1916, con los Primeros Juegos Olímpicos Nacionales.
Si bien ningún mexicano asistió a Estocolmo, el comité organizador de los Juegos envió una invitación a la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, la cual fue promocionada en cartelones en las escuelas de jurisprudencia, Medicina, Ingenieros, Bellas Artes, Altos Estudios, Superior de Comercio y Artes Oficios. La única advertencia era que el evento era exclusivo para varones, no obstante desde 1900 ya participaban mujeres en los Juegos. (De la Torre Saavedra, 2020)
Sin embargo, la promoción y la difusión de los juegos a través de la prensa comenzó a ilusionar a una generación de jóvenes mexicanos, cuyos frutos la historia saboreó años más tarde. En 1915, por ejemplo, la YMCA premió a los 10 mejores deportistas nacionales de los últimos diez años. Allí figuró un nadador fundador de una de las mejores dinastías olímpicas: Alberto Capilla Cisneros, padre de los hermanos Capilla, pilares del despunte mexicano en los clavados olímpicos más tarde. (Conade, SEP, 2000)
Ese mismo año, Coubertin tomó los archivos del COI y la bandera olímpica, presentada en 1914, para llevarla a Lausana una vez desatada la primera Gran Guerra. El mundo carecía de una Ekecheira o “paz sagrada” que garantizara que la fiesta de la juventud podría realizarse en 1916, en Berlín, pero los mexicanos no se resignaron.
En Puebla, un grupo de entusiastas convocó a los I Juegos Olímpicos Nacionales, del 3 al 5 de mayo, en las instalaciones de la Unión Ciclista del Estado. Participaron la YMCA, la Escuela Nacional de Ingenieros, el Centro Atlético Ferrocarrilero, Amicaele Francaise, la Unión Ciclista Triunfo, el Club Liberal, Germania y el club España de fútbol. (Conade, SEP, 2000)
Las competencias incluyeron pruebas de pista y campo, carreras de bicicleta, béisbol y lucha de cable -entonces deporte olímpico- y una final de fútbol con los únicos equipos participantes: el Garmendia contra el España.
Se trató del primer capítulo conocido escrito al margen de una Olimpiada. El segundo será del puño de los catalanes cuando rechazaron asistir a los Juegos de los Nazis en 1936 y convocaron a unas “Olimpiadas Populares o Proletarias”. Incluso construyeron la entrada del estadio olímpico en Barcelona, cuya terminación la Guerra Civil Española y la dictadura franquista pospuso hasta 1992. (Espada, 1991)